Los cielos de todos los países están que arden, metafóricamente claro está. Pero para decenas de miles de empleados de aerolíneas resulta todo un silogismo.

Logísticamente hablando, para la carga aérea, esta pandemia COVID-19 ha supuesto un balón de oxígeno importante para las empresas que han reaccionado y actuado con celeridad, obteniendo facturaciones millonarias, con márgenes estratosféricos, manejando cargas médico-sanitarias de urgencia y gran volumen. Pero para la parte de pasajeros, el cierre de la mayoría de espacios aéreos ha supuesto una ruina indeseable. Todo un caos. Pero a mar revuelta, ganancia de pescadores… este dicho del refranero español, se aplica al negocio aéreo al dedillo en esta situación actual, que afortunadamente parece amainar. El problema es que las aerolíneas han sufrido y mucho; en un mercado natural, la mayoría de ellas deberían desaparecer, pero al tratarse de empresas de transporte que resultan ser enseñas nacionales, muchos estados han salido al rescate de ellas de manera desesperada, descarda y flagrante. De nuevo, situación artificial que altera la competencia leal (¿y legal?) de un mercado estratégico y esencial como representa el transporte aéreo internacional.

Son tiempos de incertidumbre generalizada, pero está claro que los aviones volverán a surcar los espacios aéreos como lo hacían hace pocos meses atrás antes de la crisis de este coronavirus, quizás con menos frecuencia pero quizás con aún mayor… ¿quién sabe? Ni las cabezas pensantes de las centrales de las aerolíneas, ni de las alianzas en las que se engloban la mayoría de ellas, ni los gurús del sector, ni los propios estados que las ayudan o rescatan de manera directa o encubierta. La ecuación resulta compleja de entender y resolver: distanciamiento social, bajada del coste de combustible, billetes no consumidos pero no reembolsados, mayores costes operativos, menor demanda de pasaje, aviones reconvertidos, cargueros rescatados, etc. Todo ello frente a una previsible contracción de las necesidades o posibilidades de negocio, tanto en pasaje como en carga. La situación a nivel logístico en España se oscurece, al carecer de un campeón de carga aérea, y depender de las bodegas de las líneas regulares de pasajeros, por lo que necesitamos de las empresas extranjeras especializadas en carga aérea para cubrir las necesidades del país, pero y qué más no da… pues en realidad, no nos debería dar igual, dado que depender de empresas extranjeras, además de expatriar el valor añadido generado en España, puede dejarnos sin servicio, al antojo de otros y esa situación puede resultar mortal cual estocada hasta la gola en momentos extremos. No somos la única nación en esta situación de debilidad logística aérea, y será la nueva realidad post-pandémica, todavía en estadio de concreción, la que dictaminará si resulta ser una situación preocupante y/o crítica en el corto, medio o largo plazo. Toda una incertidumbre que produce jaqueca cuanto más piensas en ella, por lo que mejor esperamos a ver qué pasa…

Quizás la reconversión generalizada de los A-380 de pasajeros a cargueros, ayude a multiplicar el espacio disponible para la carga de mercancías, así como la entrada de los Belugas XL, pero quizás este incremento de capacidad rebaje los niveles de fletes, generando mayores pérdidas, que finalmente parece que financiamos los ciudadanos del mundo, como en habitual.

Todo un inferno que nos sobrevuela y forzosamente volará en nuestros espacios aéreos.