Me levanto corriendo, como siempre. Ducha rápida y legaña al viento. Me introduzco en mi modesto (por llamarlo de alguna manera) utilitario y pienso: "Tranquila, hoy estoy segura de que va a ser un buen día".

Con este bello pensamiento me permito el lujo de poner música para que mi inmersión en la vorágine automovilística de todas las mañanas tenga banda sonora. Como en las películas.

Antes de decir "buenos días" verifico que para mi jefe hoy no es un buen día, su cara me indica que algo no va demasiado bien. Efectivamente, mis gestiones de ayer no han ido demasiado bien y un cliente está sumamente enfadado conmigo, intento arreglar en la medida de lo posible el desaguisado y tomo aire. ¡Ánimo! ¡Hoy va a ser un buen día!

Con esta impresión me dispongo a hacer un bonito tour de llamadas a ningún sitio a juzgar
por el éxito de mis excursiones telefónicas, pero yo sigo adelante hasta que consigo por lo menos un indicio de que existe vida al otro lado de la línea.

Ha pasado la mañana y, después de todo, queda toda la tarde para que ¡éste sea un buen día!

La hora de la comida, ese preciado momento en el que te puedes relajar un poquito y que yo aprovecho para nombrarme capitán general con una enorme medalla de tomate en mi nuclear camisa blanca, ahora es cuando descubres que lo del éxito de la mancha de vino en la pechera es sólo una utopía, ya que tu te has condenado a vivir el resto de la tarde con la chaqueta puesta. Sudo hasta las pestañas y estoy al borde de la "payola" pero aún así tengo que salir disparada hacia una reunión a la que voy a llegar un pelín tarde justo el día que los reunidos han llegado puntuales.

Me voy dando cuenta de que de lo del buen día sólo queda un vago recuerdo que se esfuma a medida que me acerco a mi coche que estaba aparcado estupéndamente en la puerta de la oficina y que ahora luce una flamante recetita rosa en el limpiaparabrisas. 15.000 pesetas de las antiguas ¡viva el flower power! Porque alguien muy gracioso ha empujado mi utilitario hasta el paso de cebra. Aquí ya me paro porque está claro que hoy no es un buen día, no me voy a ganar el pan de mis hijos como Rappel y tendré que dedicarme a otra cosa Aunque me
queda la esperanza de que mañana sea un buen día.