Nos levantamos volando, porque por supuesto nos hemos dormido, entramos en la ducha, ese gran momento del día en el que el gel sólo nos llega a las partes más imprescindibles, cuando salimos lo hacemos nadando, porque el cuarto de baño está completamente inundado, al recoger ese mar que nos embarga, no atinamos con la fregona en el cubo y volcamos todo su contenido, con lo que ya no tememos un mar, tenemos el atlántico que tardamos en recoger 200 años. Consecuencia inmediata, el desayuno lo vamos a dejar para otro día, no queda tiempo, pero lo que está claro, es que nos tenemos que vestir. Nos colgamos lo primero que encontramos en el armario y seguimos en nuestra aventura de salir de casa.

Una vez en el coche descubrimos que toda la ciudad se ha dormido con nosotros y todos intentamos llegar "aunque tarde pero pronto" a la oficina.

Pasada la hora crítica de la mañana, tu cara reflejada en el espejo del baño laboral te confirma la catástrofe mental que te embargaba esta mañana, porque tus ojos no dan crédito a la belleza distraída que desprende tu aspecto. La “bruja avería” se queda en mantillas comparada contigo con esos pelos que nos ha dado dios, todos alborotados. Sigues la revisión y confirmas que te has puesto la camisa más vieja y fea que tienes, los pantalones se te caen porque no llevas cinturón y encima te vienen cortos. Antes de que termines de bajar algo muy incongruente salta a tus ojos, ya a estas alturas desorbitados. Boing! Boing!... llevas un calcetín de cada color!!!!!. Visto lo visto, saltan todas tus alarmas, porque tienes una reunión muy importante a la hora de comida. Entonces recitas la eterna cantinela: "¿Y ahora qué?". Acepto sugerencias, ¿Tu que harías?