Tropiezos
Clases de Mecánica
Avirul, 21/11/2003
Desde luego que entiendo a los camioneros cuando dicen que el estrés hace que aumente la siniestralidad. Lo entiendo porque lo he vivido en mis propias "carnes". Érase que se era, una semana de estas en las que vives en la oficina, llega el viernes, nueve de la noche, no puedes con tu alma, te espera un buen fin de semana, sobre todo porque no trabajas. Te metes en tu coche con los ánimos renovados. Nos vamos a casa. Encendemos el coche, intentamos despejarnos y arrancamos, las niñas de los ojos ya son abuelas de lo cansadas que están, tanto que no ven el precioso bordillo que se dirige hacia nosotros, ¡Plof! ¡Catástrofe total!
No sabemos lo que nos ha pasado, nos da miedo salir de nuestro coche y enfrentarnos a la cruda realidad, en el momento del golpe vimos salir algo de debajo despedido a propulsión, ¡Qué miedo!, me río yo del Exorcista. Tomamos aire y bajamos porque si no, nuestros amiguitos, los otros coches, nos comerán y nos enfrentamos a la realidad. Le hemos hecho algo muy gordo a una de las ruedas ¿Qué hacer?
Empujamos el coche hasta el otro lado con las luces de emergencia, el móvil no tiene batería, tendremos que buscar una cabina, alguien en el mundo mundial tiene que saber dónde tiene escondida mi coche la rueda de repuesto y el gato, ese preciado animalejo.
¿A qué distancia deben estar los teléfonos públicos en una ciudad? En la zona en la que yo me encuentro debe de ser a varios kilómetros y teniendo en cuenta la fauna que me voy encontrando no me extrañaría que encontrase aquí mi gato.
Por fin, entro en un bar y el teléfono funciona, me informo de lo necesario para cambiar con mis manitas la rueda y vuelvo sobre mis pasos, varios miles, calles, calles, calles, descampado... ¿qué es aquello que brilla al otro lado, dónde debería estar mi coche?
Hemos descubierto en la oscuridad unas lucecitas intermitentes, una azul y otra amarilla, ¡Qué buena suerte! ¡La policía y la grúa!. Tras recibir esta información mi cerebro procesa, y antes de que reaccione me veo corriendo hacia mi coche, gritando a pulmón abierto ¡Es mi coche! ¡Es mi coche! ¡Es mi coche!
Cuando volví a ser consciente de lo que hacía, aún seguía moviendo los brazos cual aspas de molino y tenía a escasos centímetros de mi cara la de un detenido con los ojos fuera de las órbitas, miré a ambos lados y dos policías tenían exactamente la misma cara que el detenido.
Nadie habló, silencio sepulcral, que fue roto por mi voz, otra vez involuntaria, que decía "¡Uy! ¡Pero si no es mi coche!"
¿Conocen la sensación de "me quiero morir", "que la tierra me trague con coche y todo"?. Es la que yo sentía en el momento de regresar al que sí era mi utilitario, a escasos metros del incidente.
No volví a salir del mismo hasta que no se fueron detenido y policía, juntitos, por miedo a que me llevaran a mi también al "cuartelillo". Ni que decir tiene que para cambiar la rueda organicé el Circo del Sol pero esto lo contaré otro día, ahora ya han recibido la suficiente dosis de emociones fuertes.