Algo huele a podrido desde hace mucho tiempo en este país. Un olor a dinero negro que cruza nuestras fronteras y viaja por la geografía española consiguiendo que nuestros techos sean inalcanzables. Una vergüenza que no les da a los de arriba.

A los pobres no nos queda ni el consuelo de que no duerman por las noches, porque a los seres desconcienciados nunca les duele ese bien intangible.

La pena es que los que padecemos esta burbuja inmobiliaria asistimos impasibles a escándalos que deberían sacar las barricadas a la calle para defender lo que es nuestro, porque no pretendemos que nos regalen nuestras casas pero lo que no deberíamos consentir es que nos arrebaten el derecho a comprarlas. Quién puede comprar una casa de 80 millones de pesetas, al precio que se están poniendo las hipotecas y con los diversos redondeos que se siguen haciendo con el euro. Por qué los que ahora se quejan no hicieron más que propiciar la compra de bienes inmobiliarios con dinero B, será porque entre sus filas se encontraban muchos con el problema de no tener donde esconder y transformar el dinero sucio, que de tanto aún les queda.

El caso es que el precio de la vivienda se ha multiplicado por 100 en los últimos años, la corrupción campa a sus anchas en todas las autonomías, pero especialmente en la que ahora habitamos y no sabemos cómo habitaremos. Aún así, nuestro excelentísimo President no se digna ni a aparecer ante una moción de censura que bien o mal planteada responde a lo expuesto por una buena parte de la sociedad valenciana representada por los que presentaron esta moción. Nada más honesto que presentarse en las Cortes Valencianas a defender sus ideas y principios ante quien se lo exija porque para eso le pagamos todos y muchos le votaron. Sobre todo cuando sabe que la mayoría absoluta es suya. No dar la cara empieza a ser muy típico en esta Comunidad en la que la suciedad salpica día sí y otro también las páginas de los diarios, mientras las personas de andar por casa firman hipotecas que les restringirán aún más sus movimientos para revelarse ante tanta desfachatez, y aún ni siquiera les permite protestar. ¡Ay de nosotros si perdemos el derecho al pataleo!