Agosto se acerca lentamente, despacio, con tiento. Nuestros madrugones cada vez son más duros, cada día es más difícil emprender la marcha porque sabemos que nuestras ansiadas vacaciones están a la vuelta de la esquina.

No paramos de pensar que ya nos toca, que ahora es la nuestra, pero entre tanto, nos parecía tan lejano aquello de que algún día tendríamos vacaciones, ese momento utópico, que no hemos preparado nada, para variar. Únicamente tenemos el objetivo pero el resto nadie sabe lo que nos deparará.

Esperamos que no sea como aquel aciago viaje en el que no preparamos nada excepto la primera noche, que por cierto fue sorpresa de lujo porque echamos un sueñecito en un palacio, pero de verdad, increíble, de tanta suerte nos abandonamos a esta mala consejera y al día siguiente vagábamos por la estepa de Extremadura con fuego a ambos lados de la carretera, sin una sóla cama en kilómetros a la redonda que nos pudiese servir y sin mucho ánimo para acampar donde fuese, porque o nos quemábamos o podríamos despertar con un toro como compañero de almohada. Así que de tanto recorrer conseguimos encontrar un bar-restaurante perdido, con habitaciones, tan perdidas como él, porque estuvimos toda la noche agarrándonos a un extremo del colchón de lo ringada que estaba la cama, eso por no hablar del baño, que por cierto uno de esos “cagaderos” que la alcaldesa de Valencia acomodó para la visita del Santísimo nos hubiera venido de cine.

Pero dejemos los malos pensamientos, que estamos con una pata puesta ya en las vacaciones y éstas han de ser redondas aunque sean cuadradas. Con tal de perder de vista a la “troupe” que tenemos que aguantar a diario, aunque estemos debajo de un puente con charco a modo de piscina nos sabrá a gloria.

Ah! y no se preocupen que nosotros estaremos el viernes aquí puntuales a la cita, con vacaciones o sin ellas.