Tropiezos
Un bombón entre tanta hiel
Está claro que las apariencias engañan, nosotros no pretendemos ahora descubrir ningún continente, ni nada por el estilo, ésta es una obviedad como un templo que todos conocemos, pero es que a veces se nos olvida y nos dejamos llevar por una primera impresión que en muchos casos resulta equívoca.
Ayer estábamos inmersos en un mar de gente compartiendo respiraciones ajenas en uno de esos cacharros de transporte metropolitano, llamado comúnmente autobús, y presenciamos una escena que nos hizo reflexionar sobre lo sencilla que resulta ser la realidad y lo complicada que la hacemos en muchas ocasiones.
Frente a frente se encontraban; una madre, a juzgar por su acento, sudamericana, que llevaba en brazos una preciosa niña de inmensos ojos negros; y un señor muy bien trajeado, ya entrado en el INSERSO, con pinta más bien estirada del siglo pasado. Tal y como describimos la escena no parece nada extraña, pero lo excepcional fue el momento en el que la niña se empeñó en tocar los dedos del señor a lo que el increpado respondió encantado de darle la mano a la criatura que le dedicó una espléndida sonrisa, y así estuvieron todo el trayecto hasta que nos bajamos del trasto rojo con ruedas anonadados por cómo la vida nos ofrece la octava maravilla en las cosas más sencillas.
Por un lado, nos encontramos con la candidez e inocencia de no saberse aún un proscrito, y por otro, con la experiencia y sabiduría que da haber recorrido gran parte del duro camino de la existencia; que confluyen en un mismo punto para llegar a una misma conclusión, no hay nada como una gran sonrisa y el calor de una mano.
A veces la vida nos pone estos bombones en nuestro camino para demostrarnos que vale la pena estar aquí a pesar de las muchas hieles. Ser felices.