En la primera parte, nos quedamos en la playa, y por aquí seguiremos, porque lo de la playa no tiene nombre.

Como tengamos a bien, ponernos al lado de una familia con “niños”, acabaremos enterrados literalmente en la arena y necesitaremos un año de terapia, además de echar los ojos a remojo durante horas al llegar a casa. ¡Qué castigo, señor! ¡Qué voces! ¡Qué trasvase de arena!, ¡Qué desgañitamiento!, y cómo es posible que con lo pequeños que son tengan esa capacidad para estar llorando durante horas, vamos, que nosotros hacemos eso durante una sola hora y no nos levantamos en una semana, ya nos agotamos con sólo mirar a esos pobres progenitores. Aunque hay que reconocer, reconocedlo al menos ¡Padres del mundo!, que en muchas ocasiones incurrís en el delito de hacer como si no fuera vuestro hijo, que eso ya es muy fuerte. El niño está molestando así como a un millón de personas y no falla, de entre la multitud cabreada destacan dos que silban y cantan: la, la, la....la, la, la. Los culpables, sin duda.

Y no diremos nada de los supermercados, estos antros dan para una columna entera. Y que decir de aquellas personas que tengan patio en su finca, morirán exhaustos, colgando de la ventana, después de perder toda la paciencia, las ganas, la ilusión en el futuro del mundo, y no sabemos cuantas cosas más, después de pasarse una tarde entera y verdadera, (gracias a la jornada intensiva) sin dejar de vocear para que, por dios, dejen en paz la pelotita y no chillen como si los estuvieran matando. Los padres,... en su casa, relajaditos con el aire acondicionado puesto y todas las ventanas cerradas al universo que padece a su descendencia.

La gente se queja del calor, porque es políticamente incorrecto quejarse de los niños ajenos, pero la verdad es que el verano es una época insufrible para el mundo.

¡Padres!, que os gustan los niños, se supone que los vuestros, que para eso son vuestros.

¡No nos torturéis más!, que si no tenemos de eso, será por algo, digo yo, no.