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OPINION

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Tropiezos

Solos en la playa
Avirul, 05/08/2005

Ir solos a la playa tiene muchas ventajas que hacen atractiva la idea de pasar un buen rato individual, en este desierto con agua pacífica, que tenemos los mediterráneos como privilegio sagrado. Pero también tiene algún que otro inconveniente, como que no nos podemos bañar con tranquilidad porque nos imaginamos el papelón de quedarnos en medio de la nada, sin ropa, sin las llaves del coche y hasta sin coche. Además, no podemos comentar las jugadas del resto de los usuarios con nadie, y no nos sentimos demasiado seguros, según en qué ocasiones.

Por experiencia, desde hace algún tiempo nos lo pensamos dos veces antes de pisar en soledad ese mar de arena.

Una tarde tranquila. Playa desierta. Nuestro libro. Nuestra toalla. Nosotros, paseando por la orilla. Las siete de la tarde. Relajación absoluta. El sonido de las olas. Estamos en la gloria.

Divisamos un punto negro en la lejanía. Aparece en escena un señor, con sus aperos. Vemos que se acerca peligrosamente a nuestras cosas. Se aposenta justo allí, casí encima de nuestra toalla y comienza el espectáculo.

Se quita lo de arriba, lo de abajo, lo de !ABAJO¡. No puede ser. Se nos ha quedado como su madre lo trajo al mundo. Allá quedó nuestra relajación que en 0,3 segundos se tornó estrés absoluto. Viajamos a la velocidad de la luz. Dirección: nuestra toalla. Recogemos los trastos a todo lo que dan nuestros brazos, conscientes de la extrema cercanía de un señor completamente desnudo que nos mira como si estuviéramos locos. Nos da la impresión de que hemos traído los baúles de la Piqué. Vemos unos piecitos. Seguimos alzando la vista. Unas piernecitas peludas. No queremos seguir nuestro recorrido visual. Oímos una voz que dice: "Perdona, ¿Esto no es una playa nudista?".

Aún estamos corriendo. Terror negro. No encontramos las llaves del coche. No atinamos en la cerradura. Se nos caen las llaves. Al borde del infarto y en un alarde de habilidad conseguimos entrar a nuestro utilitario, cerrar los seguros, aún en bañador y salir picando ruedas de esa playa a la que nunca volveremos solos.


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