Tropiezos
Viaje a ninguna parte (II)
Avirul, 17/06/2005
Ya estamos en nuestro objetivo. La reunión se retrasa. Se retrasa. Se vuelve a retrasar. Así que no tenemos mucho tiempo para cumplir nuestra misión. Cronometramos nuestros relojes, y preparamos un plan para salir de allí escopetados.
Después de media hora aún así seguimos allí confiando, pobres inocentes, en nuestra buena suerte. El caso es que un cuarto de hora antes de que el último tren saliese de esa estación medio abandonada a la que no sabríamos llegar nunca por nuestra cuenta, pusimos pies en polvorosa hacia ella, con la alegría de no saber ni siquiera dónde se cogía el autobús, que al final no se pudo coger en ningún sitio. No había taxi, así que en un alarde de buen juicio volamos hacia la comisaria de policia a ver si nos solucionaban esta fea papeleta. Llueve a mares. Momento ideal para hacer los 100 metros lisos. Llegamos a la Comisaría con tanto brío que casi nos matamos en el escalón de la entrada. Un policía muy amable nos indica que un compañero viene inmediatamente y nos desplaza a la estación. Nueva espera. Tan inmediatamente que no llegó nunca. A los 10 minutos, después de saber a ciencia cierta que tendríamos que dormir al raso esa noche, se encendió la bombilla en nuestra cabeza y volamos hacia el lugar de nuestro objetivo a ver si aún quedaban personas humanas que volvieran a nuestra ciudad laboral. Interrumpimos la famosa reunión en unas condiciones lamentables, totalmente mojados y como si nos hubieran abducido en el transcurso de la media hora que hemos pasado haciendo carreras por las calles de ese pueblo. Establecemos la tranquilidad de los presentes y nos quedamos allí, lalala, mirando con cara de pena. Es nuestra única solución. Por dios. Que alguien se apiade de nosotros.
Como teníamos nuestro día de suerte, se apiadó de nosotros el fitipaldi de la reunión y nos trajo a Valencia a 200 por hora, viendo de cerca a las personas que iban dentro de los vehículos por la carretera, literal, con los dientes agarrados en la guantera del coche. Vamos que no besamos el suelo aquella noche cuando llegamos porque la calle siempre está muy sucia, pero no fue por falta de ganas.