La vida es una tómbola, como cantaba Marisol y es verdad. Nunca sabemos cómo nos va a venir.

A veces parece que todo marcha, nos encontramos en la cima del mundo y de repente todo cambia y estamos en donde acaba la espalda de esta bola redonda en la nos encontramos todos.

Es muy importante tener en cuenta que nada es eterno y que hay que sembrar para luego recoger. No sirve de nada el orgullo y la altivez cuando nos encontramos en una situación desesperada. Es sólo entonces cuando la valentía y las agallas nos salvarán del agujero, aunque haber hecho una buena siembra también ayuda.

Los sabios cuentan que en esta vida todo acaba patas arriba y que es mejor no tener que arrepentirnos de las cosas que hacemos, no hacer daño a nadie que nos encontremos en el camino y luchar siempre con la verdad y la honradez por delante.

Según ciertas teorías sobre la felicidad, si en nuestra vida seguimos esta norma, a veces perderemos porque todo el mundo no lucha con las mismas armas, pero cuando ganemos será una victoria limpia e incontestable.

Es mejor perder que ganar de una manera sucia. Las personas que juegan sin respetar a los demás, sin ética, ni conciencia, no sólo están enfermas por dentro, sino que les espera un futuro negro aunque estén en la cima. El peor castigo es siempre el que nos infringimos a nosotros mismos. Esas personas que escalan a costa de pisar voluntades algún día se descubrirán en la más absoluta soledad.

Estos seres nunca podrán transmitir cariño verdadero, ni sinceridad porque esos conceptos no se encuentran en su interior, de manera que o se rodean de seres tan macabros como ellos, o desde luego nadie íntegro y auténtico puede mantenerse por mucho tiempo a su lado. Ése será su castigo.