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Reflexiones sobre el infierno
Juan Esquembre, 15/09/2004

Dice en sus memorias el insigne psiquiatra Carlos Castilla del Pino que el colegio en donde cursó el Bachillerato más que un colegio era un penal. Eran los años cuarenta aunque en los cincuenta y primeros de los sesenta, cuando yo fui, la Regla no había cambiado mucho. Diría yo que nada.

Nos leían las notas mensuales en la Iglesia y un suspenso o una amonestación en Conducta, Aplicación o Urbanidad era pecado mortal y, por tanto, la condenación eterna si no hacíamos uso de inmediato del Sacramento de la Confesión.

Recuerdo que en los once años que allí estuve, mis superiores me enviaron quince o veinte veces al infierno sin remisión. Sólo con duras penitencias y restituyendo el daño causado por el pecado cometido tenía yo una cierta posibilidad de que Dios me perdonara y escapar así de las calderas de Pedro Botero.

Cuento todo esto porque un buen amigo mío ha coincidido este verano con Federico Trillo a la hora de asistir al precepto semanal de la Santa Misa. Me contaba la actitud piadosa y la religiosidad del ex Ministro, siguiendo la liturgia, recitando las preces, dando la paz y acercándose a tomar la Comunión.

No dudo que así lo sienta y, además, se lo respeto. Aunque cuando escuchaba todo esto no pude dejar de recordar lo que tantas veces había oído en el colegio: ¡Esquembre! ¡Vaya a confesarse porque sólo se puede recibir el Cuerpo de Cristo cuando se está en Gracia de Dios!

Inmediatamente me hice la secuencia. Hacer lo que hizo Trillo o permitió hacer con los cadáveres del avión siniestrado Yak 42 debe ser pecado mortal. Y para comulgar este verano, según me cuenta mi amigo, se habrá tenido que confesar y recibir la absolución a sabiendas de no haber reparado el daño causado.

No voy a entrar en el testimonio que todo esto supone para muchas familias cristianas y, sobre todo, para los familiares directos de las víctimas. Dar sepultura a un cuerpo distinto al de tu padre, tu marido, tu hijo o tu hermano no es como para tomárselo a broma y tener un euro preparado para la ocasión. Pensaba yo que el empeño vaticano de influir en el texto de la nueva Constitución Europa significaba también corregir estos excesos impropios no sólo de los que se consideran católicos practicantes sino de cualquier persona de bien.

Mucho ha debido de cambiar la Iglesia de Roma porque me da la impresión que ahora ya nadie se condena. Y no lo digo como un reproche. Pero si al ladrón sólo Dios le perdona cuando devuelve lo robado, Federico Trillo tiene la obligación moral, cristiana y política de entregar cada uno de los cadáveres del Yak 42 a sus legítimos familiares.

Por bastante menos que eso me mandaron a mí al infierno y, todavía hoy, no me he repuesto del trauma.


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