Un servicio de Valencia Marítima
Sábado, 01 de febrero de 2025


La bitácora del puerto
Nacho Cigalat, 08/04/2011

Permitidme que hoy me salga de la vida marina y me meta de lleno en esa España profunda y antigua que tanta vida y añoranzas nos ha dado. Hay un lenguaje que de pequeños ya nos deleitaba y que paulatinamente lo hemos dejado de escuchar.

Hubo un tiempo donde el hombre solía, y además sabía escuchar, el hablar de las campanas en los pueblos, ya que en la ciudad era totalmente distinto. Se sabía interpretar los repiques, se conocía perfectamente el significado de los distintos martilleos, era algo natural en la vida de antaño fuera de lo que era la ciudad.

Las campanas fueron adoptadas por el pueblo cristiano allá por el siglo V, pero con el tiempo no solo era utilizada por la iglesia católica para convocar a sus fieles, sino que era una forma de comunicación entre las gentes. Aquellos angélicos sonidos emanados por ese metal hueco al ser golpeado por su persistente badajo, eran avisos para las esas gentes de los pueblos, ya que no había televisión, ni radio y ni mucho menos teléfonos móviles, ni relojes.

Unas campanadas marcaban las horas y otras los momentos de oración o recogimiento. Al igual que también marcaban la jornada laboral. Por la mañana con el toque de oración se comunicaba que era hora de ir a trabajar, al mediodía con el toque del ángelus, que era la hora de comer y por la tarde con el toque de oración se marcaba que la jornada laboral concluía.

Eran capaces de advertir con sus sonidos a los hijos de una comarca si la tormenta montañosa estaba cerca, si era la hora irrenunciable del "Angelus", si el júbilo daba motivos para enarbolarlo por las calles, o si la muerte se había aposentado en el terreno. A cada son un significado y una conducta acorde.

La voz de las campanas es alegre y en ocasiones triste, pues una veces llaman a alegría y fiesta, y otras sin embargo a dolor y pena. Los lugareños, sólo con oír el tañido y la forma de tocar, sabían a qué tocaban, sabían que mensaje o noticia transmitían.

Ese era su lenguaje, austero pero directo y claro.

Incluso avisaba a los niños con tres sonidos graves, bastante distanciados entre si, anunciándoles que era la hora de recogerse en casa. No era raro ver entre campana y campana ver a los niños correr hacia sus casas, apurando hasta el final.

En todos los pueblos hay dos campanas, o por lo menos lo había, con sonidos distintos: grave y agudo, o macho y hembra dicho en lenguaje popular.

El campanario es su sitio, sus voces, antaño de bronce, y hogaño en algunas iglesias de acero, han guiado muchos y variados aspectos de la vida de los lugareños; desde los tañidos de alegría para celebrar la fiesta de cada domingo y anunciar las grandes fiestas populares, hasta al tañido que comunica los sentimientos más profundos de los viajes a la otra orilla del vivir que es la vida eterna, pasando por el servicio prestado al concejo, tocando a quema, a tentenublo, a hombre perdido en horas nocturnas o con niebla y nieve, o el diario servicio al pastoreo de los ganados de labranza, etc.

Aunque según he podido averiguar hay más de 20 toques distintos y curiosamente cada uno tiene un significado, solo voy a citar varios.

En las ocasiones que había fuego en la zona la campana grande tocaba un repique muy rápido y los vecinos acudían a ayudar (Arrebato).

Para mortajo (niño muerto), campana pequeña y grande. En los toques a muerto según la condición social del fallecido tocaban unas campanas u otras de distinta forma. Para los entierros de tercera se tocaba una campana que estaba rota a la que llamaban testarro y una pequeña. En los entierros de segunda tocaba una campana grande (que llamaban campana Valero y una pequeña. Y para los entierros de primera tocaban a medio bando (volteando). Por
último, en los entierros de primera superior tocaban a medio bando y otra campana pequeña.

En definitiva, que hasta las campanas sabían cómo sonar para que el resto de mortales que había bajo su custodia, estuvieran comunicados estuvieran donde estuvieran porque siempre tenían una campana cerca de ellos cuidando y oteando por ellos. Hoy día no solo se ha perdido el lenguaje de las campanas sino que ya no sabemos ni comunicarnos. Una simple campana ponía de acuerdo a una comarca y hoy, es difícil hablar hasta con el vecino.

Yo quisiera que el día que me toque, las campanas resonaran en cualquier pueblo perdido de España que aún resiste con esa cultura y solera de antaño, y de ese modo poner mi granito de arena para que esa costumbre tan arraigada en los oídos de nuestros padres y abuelos no deje de hacerlo.

Ah eso sí, preocuparos que primero toquen arrebato para avisaros a todos y luego, como no, que me toquen a medio bando, volteando las campanas, y que le acompañe una pequeña... porque puestos a elegir prefiero un adiós de primera que un simple adiós.

Aunque... ¿Me lo habré merecido?

Nacho Cigalat
nacho.cigalat@yachtsinmotion.es