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La bitácora del puerto
En la época de crisis que vivimos hoy en día, y los anteriores periodos de tiempo donde la crisis ha sido la situación que ha reinado en los países de todo el mundo, ha habido siempre lugares donde el trabajo no ha faltado en ningún momento. Trabajos donde uno arriesga su propia vida por 20 céntimos la hora.
Este trabajo, según la Organización Internacional del Trabajo, es una de las ocupaciones más peligrosas del mundo.
Con la crisis económica, los cementerios de barcos están rebosantes, no se alcanza a ver el final de los barcos. Unos, con algo más de suerte, quedan en cola para ser devorados, pero otros en cambio, ya dejan al aire sus vísceras metálicas que ya poco más se puede hacer por quitarles ni un tornillo más. Todo barco tiene su último viaje y muchos de ellos llegan a las costas del sur de Asía para ser consumido por enjambres de hombres que solo se les aprecia los huesos pegados a la piel, descalzos entre un sinfín de restos metálicos y cortantes punzantes distribuidos por toda la costa mortífera del desguace. Muchos son niños menores de 15 años, que como tienen la menor jerarquía dentro del enjambre, se les adjudica los trabajos más pesados y peligrosos. Una vez está el barco en la playa, empiezan a aparecer hombres como insectos que tapados con un simple trapo en forma de falda se prestan a coger el soplete y a empezar el despiece del barco ya moribundo. Primero recuperan los objetos más valiosos de dentro del barco y se quitan los motores como partes más valiosas. Después, los trabajadores más altos en la jerarquía, los cortadores, separan con un soplete trozos del esqueleto del barco. Los restos más grandes son arrastrados hacia la arena con ayuda de cables y cabrestantes que los barcos usaban en alta mar para levar sus anclas. Los trabajadores acarrean en sus hombros las duras y pesadas planchas de acero, incluso a veces todavía calientes por los cortes a soplete. Con caras hechas ya a la resignación de una vida sin futuro, se mueven como autómatas. Con un calor sofocante, caminan entre las moles de acero muy lentamente, pero sin parar para no irritar a los capataces que se esconden bajo sombrillas. Los obreros llevan estos trozos de esqueleto metálico a los camiones que los transportarán a las plantas que de ellos harán varillas para la construcción. En las casi 16 horas al día que pasan en este infierno están expuestos a una multitud de accidentes, explosiones al trabajar con soplete y no saber que hay debajo de cada corte, amputaciones, cortes, residuos tóxicos y peligrosos abandonados por los países ricos para no tener que soportar el coste tan elevado para deshacerse de ellos. Muchas veces hace acto de presencia la muerte que es deseada por cada uno de ellos para no tener que seguir viviendo en estas condiciones. Al no dar abasto para descuartizar a todos los barcos que hay en cola, muchos barcos parece que pierden fuerza y se hunden para buscar un reposo eterno sin tener que soportar el daño de esos insectos con sus sopletes, sin saber que están provocando un daño ecológico de unas dimensiones incalculables para la región, por lo que hoy día ya hay varias agencias internacionales que se encuentran limpiando la zona. Los dueños de los cementerios también ganan con la venta del acero, que va sobre todo a la construcción. Bangladesh obtiene así casi el 80% de su acero, y la India, el 15%. Además, hay todo un mercado de segunda mano con todo lo que viene en los barcos, que son verdaderos edificios flotantes. Cerca de las playas se extienden por kilómetros tiendas que venden desde chalecos salvavidas, lanchas inflables, equipos de submarinismo, hasta timones, escotillas, brújulas o GPS. También se consiguen las cocinas o las sábanas, toallas y vajillas de los cruceros aún con el nombre impreso. Nadie hace un seguimiento de cuántos mueren en este lugar de accidentes y enfermedades. No hay grúas, ningún equipo especial, no hay seguridad de ningún tipo. Estos superhombres viven en chozas que no tienen ni agua, ni luz, ni aseos… Los peligros surgen muy a menudo y hay frases que a cualquiera nos levantaría los pelos como escarpias... “Lo mejor es el dinero, que yo no tendría ningún otro lugar, y lo peor es no saber cuánto tiempo vas a estar vivo”. “Hay una sombra de la muerte en este lugar. Este lugar está embrujado por ella”. Por ahora, cada vez más buques viejos siguen llegando a estas playas. Con la crisis económica, sus dueños prefieren abandonarlos. Casi nadie critica estos cementerios, todos los países Europeos incluido España envían barcos allí, es un negocio ….. pero ¿Para quién? Y claro a costa de muchas vidas humanas. Y eso que ya estamos en el siglo... bueno por cronología el XXI, pero por avances humanos como este... no se merece un número. |
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