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Martes, 04 de febrero de 2025


Limbo: Nos quedamos sin el Limbo
Juan Esquembre, 25/10/2006

Uno de los tres lugares en donde uno podía pasar la eternidad ha sido cerrado de manera definitiva. Sí. Se acabo eso de ir al Limbo aunque sea de visita.

Se acabo eso de ir al Limbo aunque sea de visita.

Desde 1.984, el actual Papa Benedicto XVI, entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, le iba dando vueltas hasta que el viernes 6 de octubre pasado, con todo el poder papal en la mano, ha decidido que el Limbo se cierra. Vamos, que se acabó.

A mí que siempre me había parecido un lugar perfecto; destino de almas inocentes, más bien cándidas, en donde no existía ni el gozo ni el sufrimiento. Lo imaginaba como una estancia apacible, equilibrada, la eterna primavera en donde ni el frío ni el calor excesivo le amargan a uno la existencia.

Confieso una gran decepción y me uno al descontento que habrán manifestado todos los que allí estaban, teniendo que organizar a estas alturas una mudanza repentina e inesperada sin conocer muy bien su próximo destino.

Podían haber cerrado el Purgatorio que siempre me ha parecido como más eventual.
Pero no. A poco que leamos la historia con detenimiento, el Purgatorio, ha sido una figura clave para que legados, donaciones, conquistas, aportaciones dinerarias o en especie, o pagos por el ejercicio del culto hayan servido más al poder terrenal que al celestial.

Por otra parte, estar en el Limbo estando vivo suponía, hasta ahora, un estado de felicidad parecido a lo que los modernos llaman estar desconectado de la vida real y turbulenta. Una maravilla que no hacía mal a nadie. Un estado de felicidad terrena que, dicho sea de paso, es la única que conocemos.

Porque otra cosa es estar en la gloria o pasar un infierno. Para mí, el Limbo resultaba más espontáneo. Más propio. Menos exigente y de una sensación más duradera.

De verdad, no entiendo muy bien por qué se han empeñado en cerrarlo. Con la de cosas que habría que cerrar antes que el Limbo.