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Tropiezos
Incontinencia verbal
Siempre hay momentos en la vida en los que el silencio es la mejor opción, a pesar de que mucha gente no lo contempla ni como un error.
Pero a veces es ¡tan saludable no hablar!. Ejemplo. Vamos por fin a ese museo al que nos apetecía un montón ir y hemos elegido libremente, encima, al típico amigo/a que no para de hablar, intentando explicarnos todos los detalles del cuadro, que si el pintor era así, que si esta pintura es de otra manera. Intentamos evadirnos, pero no podemos. En otro intento desgraciado, acercamos nuestras orejitas a la guía que tenemos al otro lado, que por lo menos dice cosas interesantes, tampoco lo conseguimos porque nuestro amigo/a en cuestión no para.
Lo peor que es nos increpa para que le sigamos la conversación. Mientras, nos entra un ataque de mutismo a lo bestia, porque no nos apetece. Por qué tenemos que hablar a todas horas aunque sea de trivialidades. Seguimos nuestro periplo por el mundo del arte con ese amigo/a pegado a nosotros a modo de accesorio. Un encanto que regalarías a cualquiera de los incautos que se encuentran solos en la estancia, faltos de conversación y cariño. Ahora no para de decir que menudo aburrimiento ir con nosotros que no decimos nada de nada, que qué nos parece la pintura, que si no pensamos lo maravilloso que es aquel detalle o aquel otro, y nosotros enmudecemos cada vez más. La cabeza nos explota, queremos que nos dejen en paz y disfrutar del arte en silencio, pero no hay manera, nuestro amigo/a nos persigue por todas las salas revelándonos unas opiniones que no queremos oír. De todas formas esta es la acepción menos mala de la incontinencia verbal porque el sujeto en cuestión es nuestro amigo/a y lo queremos, pero estas situaciones se dan en infinidad de sitios: ascensores, consultas médicas, despachos, la cola del supermercado, en el trabajo y un largo etcétera. Y es que la gente no entiende a las personas que no hablan cuando piensan que no tienen nada interesante que decir. |
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